Cuando se habla de cambio climático a menudo se omite la génesis de
la terminología usada para referirse a este fenómeno
medioambiental.
Deberíamos ser conscientes de que lo que empezó siendo conocido por
calentamiento global evolucionó en cambio climático para pasar
después a denominarse emergencia climática y, actualmente, derivar
en emergencia planetaria, tal es la gravedad de la situación
planteada.
Efectivamente la especie humana se enfrenta a una situación de
emergencia que puede condicionar seriamente la continuidad de su
presencia en el planeta.
Es cada vez más evidente que el modelo económico establecido en la
mayoría de los países es inadecuado para luchar contra esta
emergencia planetaria, provocada por la fuerte acumulación de gases
efecto invernadero en la atmósfera, fundamentalmente dióxido de
carbono y metano, que provocan el calentamiento global del planeta
con las graves consecuencias medioambientales que los medios de
comunicación social nos recuerdan todos los días.
Y es que, desde el punto de vista económico, no se puede seguir
creciendo indefinidamente usando materias primas y fuentes
energéticas provenientes de la quema de combustibles fósiles, cuando
estamos actuando y viviendo en un planeta de recursos finitos, con un
ecosistema global dependiente de la conservación de sutiles
equilibrios que permiten su mantenimiento y supervivencia.
Para tratar de poner freno a este calentamiento global y comenzar a
atender y remediar esta emergencia planetaria no bastan ya las
medidas que a nivel individual hasta ahora se fueron, mal que bien,
proponiendo y aplicando: consumo moderado y responsable, ahorro y
eficiencia energética, reorientar las dinámicas de movilidad
primando el transporte colectivo, uso de materiales y envases
biodegradables, fomento del reciclaje y la reutilización…
No, lo que realmente puede abrir un foco de esperanza para iniciar
una respuesta serie e útil para luchar contra esta emergencia
planetaria es, además del mantenimiento de las medidas anteriormente
reseñadas, sería plantearse un cambio de vida, una modificación en
los modelos de consumo, una reorientación en la forma de
relacionarnos con la naturaleza, respetando sus ciclos y ritmos. Esto
implica necesariamente cambiar de modelo económico y social
avanzando hacia una economía no ya circular sino del decrecimiento,
fomentando relaciones sociales de cooperación y solidaridad.
Debemos detenernos, hacer un alto en nuestras vidas y reflexionar.
Pensar que si queremos transmitir a las generaciones futuras un
planeta habitable en el que puedan desarrollar una vida plena en
armonía con la naturaleza tendremos que tomar medidas ya, aquí y
ahora. Y asumir que debemos vivir con las restricciones propias de un
modelo económico que permita hacer compatible la existencia de los
seres humanos con los límites del planeta en el que habitan.